domingo, 7 de noviembre de 2010

Memorias: I - Heredero y futuro señor.

El viejo soldado observaba como el viento agitaba las hojas de aquel que llamaban su “árbol familiar” en la entrada de su hacienda. Sentado en una sencilla silla de madera, con la espada descansando en sus piernas, sonreía a su hijo cuando este le mostraba que había logrado escalar otra rama.

-¡Mire padre! ¡Una más! –decía desde lo alto el muchacho de apenas diez años para encontrar reconocimiento del gran elfo que le sonreía desde la puerta.

Halder vel Noerth era un leal servidor del Reino, a sus ciento ochenta y dos años había luchado en toda tierra y contra todo enemigo que le había señalado su Rey. Empleaba aquellos días de permisos y descanso en ver crecer al joven Gareth, heredero y futuro señor de su antiguo linaje. Ahora, cuando le observaba trepar por aquellas ramas, repasaba mentalmente los nombres de todos los ancestros que era capaz de conmemorar: su veterano padre y oficial Mannerig vel Noerth, Nolregan, su abuelo, Larrelth el padre de este, así como a Taland, Ghedale, y Lamm vel Noerth, todos ellos cabezas de familia. Las hazañas, medallas y logros danzaban en su mente con más o menos color y tanta nitidez como sus recuerdos le concedían. Con la camisa de cuero ensanchada por el orgullo asignaba a cada rama del roble un eslabón de aquella cadena de sangre que desde tiempos inmemoriales habían servido en el ejército de su Patria como un vital torrente de Lealtad.

-¡La siguiente es la de tu bisabuelo Nolregan! –le gritó con una voz tan grave como ilusionada- ¡Tendrás que ser muy fuerte si quieres llegar a su altura!.


Parecía que no habían pasado tantos años desde que el caballero desmontara del corcel de batalla, dejándolo al cuidado del mozo de las caballerías con un solo gesto de atención. A pocos metros de donde ahora se encontraban, se desprendió de sus guantes rojos mientras embestía la puerta de la casa para entrar de forma apresurada. Los lloros se precipitaban escalera abajo desde el piso superior.

-¡Shadel! Ayúdame con esto. ¡Deprisa! –rugió a un asustado joven que llegó corriendo de las cocinas para desabrochar las cinchas de la coraza que impedían al Señor maniobrar con la celeridad que clamaba a Belore. Apremiado por la fuerte respiración, que bajo el yelmo parecía amenazarle, el chico empezó a desatar el cuero tan rápido como el temblor de sus manos le permitía. Una vez aflojadas a medias las correas, el caballero se precipitó escaleras arriba haciendo temblar todo a su paso. “Ya ha nacido”.

El salón era cálido y bien guardado, las pieles calentaban los gruesos muros de piedra y el suelo estaba cubierto por una sencilla y gruesa alfombra. Los lloros de la criatura rompían la austera y oscura habitación y hacían crepitar al fuego de la chimenea. En la cama, rodeada de tres jóvenes elfas y de Ryl, la vieja comadrona, la Señora Gwyneth vel Noerth pareció ser la única en no asustarse cuando el elfo pertrechado con la roja armadura de combate irrumpió como un trueno golpeando la puerta con violencia. El bello rostro de la muchacha serenó el ímpetu del guerrero que, al comprobar el buen estado de la madre, dio gracias a los dioses mientras se quitaba el alado yelmo carmesí. Bañado por sudor aparto los mechones su largo cabello pelirrojo mezclado con la sangre de una fea herida que traía en la cabeza. Sonrió con alivio y se acercó a su esposa, abriéndose paso entre las muchachas, que se apartaban con la vista alojada en el suelo. Se arrodilló junto al lecho y enlazó sus manos con las de ella.

-Todo ha ido bien, señor, el niño está en perfect… -comenzó a decir Ryl hasta que el guerrero le dio la espalda para besar a Gwyneth en la frente, haciéndola sentir inexistente.

-Halder - susurró la esposa- has venido.

-Qué marido sería si no estuviera presente en el nacimiento de mi hijo… y qué padre. Los muchachos aguantarán la sacudida hasta que regrese al frente – contestó con una grave voz amable mientras pasaba los dedos por sus rubios cabellos perfumados.

Eran tiempos de guerras Trol, los soldados defendían cada palmo ganado y el oficial Halder vel Noerth estaba destacado en el frente del Este. Tras cabalgar durante la totalidad de la tarde había llegado a Bruma Dorada a tiempo para el nacimiento de su esperado primer hijo.


Mientras el sol acariciaba sus cabellos rojizos sintió la cálida mano de Gwyneth, su esposa, posarse sobre su hombro. La rozó con suavidad mientras le contaba con satisfacción cómo el joven había trepado sin miedo una rama más que la semana anterior. Y como ahora se había parado a calibrar el peligro de subir a la siguiente.

-Fíjate, no mira hacia abajo, no teme caer, pero observa con respeto la siguiente altura. Hoy no subirá, pero la semana que viene estará sobre ella.

El joven Gareth volvió la vista hacia su padre, casi temeroso por no atreverse a alcanzar la siguiente rama, pero al ver a su padre feliz junto a su madre pronto sonrió y comenzó a bajar lo trepado para correr a los brazos de Gwyneth.

Entrando los tres en la casa se reunieron con los demás hijos que en las señaladas fechas volvían a la hacienda. En torno a la mesa, junto al fuego, agradecían los alimentos porque estos les harían más fuertes y charlaban animosamente sobre cualquier tema que por unas horas sacaran la política fuera de los muros de la familia reunida. Halder les observaba a todos con el amor de un padre satisfecho y repartía las hogazas de pan caliente entre todos ellos.


-¿Qué tal está Gareth? –Dijo en aquel entonces a su mujer cuando buscaba con la mirada al niño recién nacido que escuchaba llorar.

-Halder, esposo mío –le contestó Gwyneth –están limpiándole.

Algo en el tono su tono de voz le hizo fruncir levemente el ceño, y se levanto para ir a ver al bebé. Se acercó a la elfa que lo estaba secando y apartó los lienzos de su pequeña cabecita. De su pequeña y rubia cabecita.

Paralizado, el soldado observó los finos y escasos cabellos color del trigo y dio media vuelta para volver con su esposa. Se arrodilló de nuevo y volvió a besarle la frente.

-No es Gareth –dijo calmando el fuego que le empezaba a devorar el corazón.

-No, no lo es. Le llamaremos Killian –respondió su mujer ofreciendo su mas sincera sonrisa mientras cogía la mano de Halder.

-Sí, es un buen nombre –sonrió acariciando el rostro cansado de la bella elfa.


Killian cogió su hogaza y aguardó al asado mientras observaba a su pelirrojo hermano pequeño comer y narrar su hazaña en el viejo roble. Le escuchaba relatar ante su padre como había afianzado sus pies sobre las ramas y veía como el orgullo de Halder brillaba en aquellos ojos iluminados. Él nada sabía de su nacimiento, no guarda recuerdos de aquel día en el que su amado padre le descubrió la cabeza. Nada guarda en la memoria de cómo tras despedirse de su madre el elfo volvió a la batalla. Nada sabe de cómo aquel soldado se lanzó contra el enemigo con la furia contenida de no haber visto el rojo en sus cabellos. Ahora, a día de hoy, sólo sabe que cuando amanezca volverá al monasterio para orar por el bien de su hermano pequeño. Heredero y futuro señor de su antiguo linaje. Gareth vel Noerth.


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Autor: Lohengrin.

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